lunes, 4 de julio de 2016

PAYASOS EN IDOMENI



Al llegar a Idomeni nos encontramos con cientos de tiendas de campaña diseminadas entre el barro. Niños resguardados en ellas con caras tristes, aislados unos de otros. Madres desconsoladas con las miradas perdidas y hombres hablando entre ellos. Nos miraban con desconfianza. Habían desaparecido muchos niños.

Recorrimos el campamento vestidos con nuestros trajes y sombreros coloridos y con las narices grandes y rojas. Los más pequeños se asomaban por las rendijas de las tiendas sin saber qué ocurría.

Anunciamos la fiesta y les invitamos a que vinieran con nosotros. Había mucha expectación. El jolgorio comenzó, la música, los muñecos de globos y los pequeños regalos, aparecieron.

Poco a poco fueron cambiando sus caras. El mejor regalo que recibíamos de ellos fueron sus sonrisas. Pasaron de ser personas aisladas con sus sufrimientos, a gente aplaudiendo y riendo. Todos en el mismo equipo.

Padres, que no habían visto reír a sus hijos en mucho tiempo contemplaban sus caras de alegría, y con sus gestos nos agradecían lo que estábamos haciendo.

Al día siguiente, volvimos a repartir risas. En el transcurso de la mañana las emociones se dispararon, sobre todo cuando una mujer vestida de negro, y con cara triste, se acercó a nosotros. Nos enseñó una fotografía de un niño. Decía que era su hijo. Lo había perdido en el camino, mientras llevaba a los más pequeños de la mano. El niño venía detrás, o eso creía ella. Cuando pararon para descansar se dio cuenta que le faltaba.

Quería saber si lo habíamos visto y, que en el caso de verlo, informáramos a la policía.

Nuestra intención era seguir estando con ellos más tiempo. Pero sabíamos que en otros lugares también estaban  necesitados de nuestras risas.

Teníamos que partir.




2 comentarios:

  1. La risa llega siempre, aunque a veces es difícil contagiarla, como en el relato que nos cuentas.

    Buen texto.

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  2. Un relato triste y con alguna esperanza, muy bien Alfonso.

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