miércoles, 6 de julio de 2016

Relato de un desamor

Apareciste cuando apenas contaba un par de capítulos, y tan solo te bastaron unas líneas para iluminar mi anodina trama, revolucionando el nudo y augurando un prometedor desenlace.

Cada párrafo superaba al anterior en ritmo, tensión narrativa y armonía; viviendo, entre metáforas y alegorías, nuestros momentos de prosa más poética. 

Pero un día, sin saber porqué, no alcanzaba a leerte, y mis letras se perdían entre líneas, o simplemente, se negaban a aparecer. Sintiéndote figura, habías huido a otro libro, en busca de otros estilos, de nuevas prosas por acentuar.


Después de ese giro, amargo e inesperado, solo pude escribir palabras sin vida que no fueron a ninguna parte; y tras varias páginas en blanco, usé letras suicidas para llegar a un punto final; porque el relato de mi vida, sin ti, no tiene historia. 

lunes, 4 de julio de 2016

PAYASOS EN IDOMENI



Al llegar a Idomeni nos encontramos con cientos de tiendas de campaña diseminadas entre el barro. Niños resguardados en ellas con caras tristes, aislados unos de otros. Madres desconsoladas con las miradas perdidas y hombres hablando entre ellos. Nos miraban con desconfianza. Habían desaparecido muchos niños.

Recorrimos el campamento vestidos con nuestros trajes y sombreros coloridos y con las narices grandes y rojas. Los más pequeños se asomaban por las rendijas de las tiendas sin saber qué ocurría.

Anunciamos la fiesta y les invitamos a que vinieran con nosotros. Había mucha expectación. El jolgorio comenzó, la música, los muñecos de globos y los pequeños regalos, aparecieron.

Poco a poco fueron cambiando sus caras. El mejor regalo que recibíamos de ellos fueron sus sonrisas. Pasaron de ser personas aisladas con sus sufrimientos, a gente aplaudiendo y riendo. Todos en el mismo equipo.

Padres, que no habían visto reír a sus hijos en mucho tiempo contemplaban sus caras de alegría, y con sus gestos nos agradecían lo que estábamos haciendo.

Al día siguiente, volvimos a repartir risas. En el transcurso de la mañana las emociones se dispararon, sobre todo cuando una mujer vestida de negro, y con cara triste, se acercó a nosotros. Nos enseñó una fotografía de un niño. Decía que era su hijo. Lo había perdido en el camino, mientras llevaba a los más pequeños de la mano. El niño venía detrás, o eso creía ella. Cuando pararon para descansar se dio cuenta que le faltaba.

Quería saber si lo habíamos visto y, que en el caso de verlo, informáramos a la policía.

Nuestra intención era seguir estando con ellos más tiempo. Pero sabíamos que en otros lugares también estaban  necesitados de nuestras risas.

Teníamos que partir.




LA CHICA DEL BREXIT


Mi vista no podía apartarse de la diosa que emergía en esos momentos de entre las olas de un mar lleno de matices verdes, azules y turquesas. Podría ser la mismísima hija de Poseidón. El mundo se paró a mi alrededor mientras la veía acercarse a la orilla. Sólo se me venía una palabra a la mente para describirla, perfecta, casi mitológica; tanto que casi me decepcioné al ver que tenía piernas.

Pasó por mi lado, como si yo no existiera para ella, mientras que para mí, fue el mundo lo que dejó de existir. Desde ese momento, no tenía más objetivo que conquistarla. Lo primero era informarse. Así que, cuando la vi acercarse al chiringuito a pedir un refrigerio, allí que estaba yo, disimuladamente, pegando oreja. ¡Cago en mi sombra! Mi diosa es guiri, de la Gran Bretaña por lo que me dijo luego el camarero. Cambio de estrategia, me dije. Poner todas las poses toreras posibles y recordar todo el inglés que aprendí haciéndome chuletas para los exámenes.

Con un par de cervezas en el cuerpo y otra en la mano, me acerqué y pregunté:

—Guat de taim yu jav? —o al menos así sonaba.
—Yormoderfacar —es lo que entendí yo, que, más o menos, significada que son las dos y media, que lo había mirado de reojo en el móvil.
—Zenquiu —solté a modo de despedida y me fui con la sensación de que esto era el comienzo de algo importante.

Durante una semana tuvimos conversaciones parecidas. De hecho, me pregunto por qué siempre me decía que son las dos y media, independientemente de lo que yo le preguntara. Debo apuntarme a una academia, me propuse.

Cuando ya tenía la sensación de nuestra relación hispano-británica no avanzaba al ritmo que yo esperaba —claro, con tanto telediario dando la tabarra de que los guiris se van de Europa—, una noche, en la disco, cuando yo estaba marcándome un dancing, se me acerca ella, con ese pelazo rubio, taladrándome con su mirada. Se me acopló como si hubieran puesto lentas. El cuerpo me temblaba. Ella me besó. Casi me desmayo. La diosa era mía. Gracias Poseidón. No sabía cómo pedirle que nos fuéramos a otro lugar, un lugar más tranquilo donde amarla hasta el amanecer; mi inglés no daba para más. Pero, una mirada bastó para entendernos. Fuimos a su hotel. Nos abrazamos y nos desnudamos el uno al otro casi con ansiedad. No sé a qué conjunción planetaria o a qué dioses del Olimpo le debía esto, pero allí estábamos y no lo iba a desperdiciar con preguntas tontas.

Estando en el apogeo de la pasión, la penetré. Y cuando pareces que vas a tocar el cielo, le mente te juega malas pasadas. Me invadió la extraña idea de que mi pene estaba, en esos momentos, fuera de Europa. Menos mal, que el pequeño cerebro de mi inseparable compañero de abajo llevaba la voz cantante, así que, otra vez dentro de Europa, luego fuera de Europa, dentro de Europa, fuera de Europa, dentro de Europa, fuera de Europa, dentro, fuera, dentro, fuera…

La Residencia

Al volver se encontró el libro abierto sobre la mesa. El aroma a papel pasado por los años era inconfundible. Se acercó con cautela, suponiendo que era una nueva broma de Basilio, siempre tan amigo de reírse de sus torpezas. El cuarto de la Residencia era lo bastante grande para ambos, pero estaba lleno de pequeñas trampas para alguien deseoso de tenderlas. Desde que llegó, Basilio había sido duro, muy duro con él.
Rozó las ajadas páginas con la yema de sus dedos temblorosos, encogidos por el castigo de la artritis. Se atrevió a sostenerlo y acariciar el lomo, sin que nada ocurriera. Ninguna sorpresa, ninguna risa a sus espaldas. Nada de trabar el bastón entre sus piernas, nada que golpeara por sorpresa su espalda. Ni rastro de Basilio. Tal vez estuviera persiguiendo faldas o tal vez se hubiera cansado ya de humillarlo, simplemente. Pero, ¿y el libro? Lamentó haber perdido los años de infancia en el monte, porque las cabras poco saben de letras. ¿Qué escondería ese objeto, igual a los que llenaban las estanterías de la sala común? Si al menos tuviera fotos...
Escuchó de fondo una ambulancia. Otro pobre -otra pobre- que no ha superado la comida. Y mientras Gregorio miraba pacientemente, al calor del ventanuco, el brillo del mediodía en esos signos indescriptibles no acertaba a pensar que Basilio lo había robado la noche anterior. Y en la página cuarenta le había dejado como recuerdo, con pésima caligrafía, algo parecido a un perdón.

La oración de la tarde

Cada vez duele más la rodilla, fruto de una postura difícil de sostener. En la mahadra a Mojtar le enseñaron disciplina y ciencia al estilo tradicional islámico, pero en estos momentos de poco le vale. Aunque él siempre prefirió la poesía, especialmente la de Abdel Qáder, el poeta del pueblo. Recuerda cómo repetía sus versos, acompañando las voces de los alumnos del Instituto Butilimit, en la celebración el segundo aniversario de la independencia. No mucho antes empezaron las molestias en la rótula, con las manos a la espalda, postrado por la rabia de los militares. Y durante aquella tortura recitaba sus propios mantras.
Aquí, en Europa, todo eso quedó demasiado lejos. Los recuerdos dañan casi tanto como la postura. Mira dignamente al frente, mientras una señora hace rebotar tres monedas en su sombrero, volteado para la ocasión.

sábado, 2 de julio de 2016

La llamaban loca...

Gran hermano, Mujeres y Hombres, Un príncipe...
 Algunos empezaron a llamarla loca sólo por esperar que llegara el amor...
Su Alonso jamás enfrentó al molino de la vergüenza, siguieron hablando de telecinco por Facebook.

viernes, 1 de julio de 2016

EL ENCUENTRO

Hubo un tiempo en el que todo lo sucedido me afectó profundamente, pero ahora lo he asimilado. Era inevitable que todos fuésemos desapareciendo, pues el hombre antes o después llega a su fin, pero nunca pensé que yo sería el primero. No sé cuánto tiempo ha pasado, quizás sean más de cien años, o tal vez un solo día, aquí todo se ralentiza. Aún recuerdo mi entierro. Fue sencillo, se encargó de todo la sociedad de decesos, como era su obligación. Pero como nadie les reclamó sobre su proceder, ya que ningún familiar se dignó en un momento tan aciago comparecer a darme la última despedida, ahorraron todo lo posible en los gastos del sepelio. Luego en el cementerio, con el único cortejo del enterrador y su ayudante, me depositaron en un destartalado nicho. En aquel lugar encontré a otros etéreos compañeros en mi misma situación, aturdidos y con la mirada perdida, sentados sobre sus limpias y relucientes tumbas o vagando por el lugar en parsimoniosa procesión. Parecían no advertir mi presencia, así que no les dije nada, bastante tenían con lo suyo, y me marché de aquel lúgubre lugar, lo mismo que había venido, sin intervenir para nada mi voluntad. Ahora ya no percibo a nadie, ni conocidos ni desconocidos ni siquiera a mi ex mujer que acabó casándose con un tipo rechoncho quince años mayor que ella, que se dedicaba a la exportación de frutas. ¿Qué haré desde este instante? Es algo que me pregunto con asiduidad, el futuro se presenta de lo más aburrido, pero qué digo futuro, si por suerte o por desgracia, como hemos comprobado, el tiempo ha dejado de existir. Por eso no sé cuándo ocurrió lo que le cuento, ya sabe usted cómo va esto. Me alegró encontrarle y que decidiera seguir conmigo, así no me encuentro tan solo, pero ya le digo, prefiero no hablar de esto o hablar lo menos posible. Es mejor disfrutar de su compañía y usted de la mía, por supuesto.